El secreto de la eterna juventud lo tienen las tortugas. Se llama «senescencia inapreciable» y significa que no atraviesan el proceso de deterioro que causa el envejecimiento cuando las células dejan de dividirse pero no mueren.
El físico Andrew Steele está convencido que la ciencia puede encontrar «una cura» para frenar los debilitantes síntomas de la vejez como lo hizo la tortuga Harriet, que murió de un infarto en un zoológico de Australia en 2006 a los 175 años, pero nació en las Islas Galápagos, donde fue coleccionada por Charles Darwin en su viaje alrededor del mundo en 1835.
Harriet sobrevivió a Darwin y llegó al siglo XXI vigorosa y sin dolencia alguna, como cuando era un jovencita y la Reina Victoria mandaba desde su trono en el siglo XIX.
Los humanos no tenemos esa fortuna. La inmensa mayoría de nosotros no llegamos a los 100 años y en la medida en que el tiempo avanza nuestro organismo se hace cada vez más frágil y propenso a enfermar.
Las tortugas galápagos como Harriet mantienen el mismo riesgo de morir desde que nacen hasta que su vida llega a su fin. Pero el riesgo de los humanos se duplica cada 8 años. A los 30 nuestra probabilidad de morir el próximo año es de una en 1.000, pero a los 80 es una en 20.
La #tortuga #Harriet tenía 176 años cuando murió en 2006. Fue coetánea de #CharlesDarwin pic.twitter.com/l1oKE8o1sI
— BioCosillas (@BioCosillas) December 2, 2015
Muchos pasamos las primeras cinco o seis décadas con la salud prácticamente ilesa. Y a los 50 es posible que comencemos a despertarnos con algún dolor, o notemos que la piel ha perdido firmeza. Pero en el siglo XXI es prematuro morir a esa edad.
Pero al llegar a los 60 comenzamos a perder la agudeza de nuestros sentidos, o no movemos las caderas como antes. El cuerpo ha trabajado sin descanso durante años y aparecen las células «senescentes» y el declive de nuestro sistema inmune.
Steel cree que ha llegado la hora de cambiar los paradigmas sobre la edad en su libro Ageless: The New Science of Getting Older Without Getting Old (Atemporalidad: la nueva ciencia para hacerse mayor sin envejecer).
Nos explica que las estadísticas han cambiado a nuestro favor en los últimos 200 años y que las posibilidades de estar vivo a los 40 en 1800 eran mínimas. «Hoy un veinteañero tiene más posibilidad de tener una abuela viva de las que tenía un veinteañero de principios del siglo 19 de que su madre aún estuviera con vida».
La expectativa de vida a nivel mundial ha aumentado tres meses cada año desde 1840. Y no sólo hablamos de los países desarrollados. El 90 por ciento de la población vive en países donde la expectativa de vida está por encima de los 60. Pero si miramos atrás, en lugares como India en la década de los 50, la media de la población apenas alcanzaba los 36.
Otro dato inapelable es que la expectativa de vida a nivel mundial se dispara a partir de 1867, año en que se publica El Capital.#Datos pic.twitter.com/Mc3xAcbbwc
— marcelo luda (@marceluda) March 5, 2020
Con las mejoras en el acceso al agua potable, la educación y los sistemas sanitarios, una de cada seis personas se encontrará en su sexta década de vida en 2050.
Científicos como Steel consideran paradójico que seamos víctimas de nuestro propio éxito. Porque al haber logrado que la población mundial sea más longeva también deben sufrir los achaques, la falta de independencia y las enfermedades asociadas con la vejez. Por eso considera que es el momento propicio para que la ciencia consiga una cura a la «senescencia».
La alquimia del futuro
El deseo por alargar la vida es ancestral pero hasta ahora esa búsqueda no ha dejado de ser más que un sueño.
Algunos métodos efectivos para alargar la vida han sido tan extremos que es imposible practicarlos en toda la población. Los registros de los eunucos de la Corte Coreana muestran que tres de cada 81 monjes alcanzan el centenario. Se trata de una cifra extraordinaria si la comparamos con las estadísticas de Japón, que es el país con más personas mayores de 100 años. Allí solo uno de cada 10.000 hombres logra vivir un siglo.
La propuesta de Steele es que la nueva ciencia de la biogerontología ofrece una opción genuina y menos drástica para prolongar la vida. Uno de los ejemplos que menciona es la metformina, un fármaco para el tratamiento de la diabetes que promete frenar el proceso de envejecimiento, aunque todavía faltan muchos estudios para usarla con ese fin.
La rapamicina es una molécula que alarga la vida de los animales de laboratorio y podría hacer que los humanos vivan más de 100 años con salud. Entrevistamos al biólogo @DMSabatini, descubridor de su mecanismo de acción:https://t.co/VVbFF4BeGp
— Manuel Ansede (@manuelansede) January 28, 2020
Otra droga es la rapamicina, que originalmente fue encontrada en la tierra de la remota Isla de Pascua. Actualmente se usa como un medicamento para combatir el cáncer pero se cree que en el futuro podría ayudar a desacelerar el deterioro celular. Y también están los seniolíticos, que son tratamientos que prometen eliminar las células dañadas que se van acumulando lentamente en nuestro cuerpo.
Las pruebas realizadas en ratones han demostrado que puede aumentar en un 25 por ciento la expectativa de vida de los roedores. Steele predice que un seniolítico «podría ser la primera verdadera pócima para combatir la edad que pase por tus labios».
A más largo plazo, se espera que las nuevas técnicas de edición genética puedan optimizar las fortalezas, reducir las debilidades y crear nuevas funciones para nuestras células y órganos.
La ética de la eternidad
Y mientras los científicos encuentran soluciones, hay algunas medidas que podemos tomar para vivir sanos por más tiempo. Reducir el consumo de calorías, hacer ejercicio, no ingerir o minimizar las sustancias tóxicas como el alcohol y las drogas y cuidar nuestros dientes.
Steele dice que las principales causas de muerte de las personas mayores son el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y los derrames. Y en todas esas patologías juega un papel importante el deterioro celular.
Vivir más de 200 años será una posibilidad en el próximo siglo. «En la medida en que nuestras investigaciones en genética descifran el verdadero potencial de los humanos como especie necesitamos estar preparados y deseosos para asumir las responsabilidades. Enfrentaremos cambios con muchas implicaciones morales y filosóficas», reflexionó Jerome Johnson en Medium.
El autor se pregunta qué haremos con la sobrepoblación si las personas pueden vivir por siempre, o si es ético que los humanos tengan la potestad de alterarse genéticamente, o si esas alteraciones harán que los humanos modificados sean clasificados como una especie distinta. Esas son algunas de los asuntos que debemos resolver mientras avanzamos el camino científico hacia la inmortalidad.
Expectantes ante la inminente publicación (¿finales de enero?) del #LibroVerde📗 sobre #envejecimiento de la #UE, un trabajo que analiza los efectos y desafíos socioeconómicos del cambio demográfico.
— Matia (@MatiaFundazioa) January 19, 2021
🌐Aquí podéis consultar la hoja de ruta: https://t.co/Tt3rcuvmEZ #Demografía pic.twitter.com/2Gn0GJvwz3
«Todos los humanos le temen a la muerte y lucharán contra ella hasta el final. Sólo debemos recordar cómo ser humanos mientras estamos vivos», dijo Johnson.
De las tortugas sólo deseamos su «senescencia inapreciable». Sin lentitud, ni caparazón.
A mí me asusta pensar lo que un hombre de 120 años con el cuerpo de 25 sea capaz de hacer en el futuro que promete Steele. O una mujer de 100 con su aparato reproductivo intacto, capaz de procrear muchos hijos que no necesariamente será capaz de mantener.
Pienso que las incógnitas sobre la vida y la muerte de los humanos no deberían ser potestad exclusiva de los científicos sino de toda la sociedad.
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