La NASA lo tiene claro. Los humanos estamos diseñados para explorar lo desconocido, descubrir nuevos mundos y superar nuestros límites. Es un deseo intangible por explorar, por satisfacer una insaciable curiosidad de conocer el universo y cualquier forma de vida que pueda existir en él.
Pero esa búsqueda tiene una grave falla. Los humanos somos una especie única y los científicos que buscan vida extraterrestre son un grupo aún más extraño y especializado, argumenta Claire Webb, historiadora y antropóloga de la ciencia del Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Dicho en otras palabras, nuestras hipótesis podrían ser demasiado «humanas» y ese punto de partida podría entorpecer cualquier posibilidad de encontrar vida en el espacio.
El trabajo de Webb es detectar todas las debilidades de los científicos que trabajan en la Búsqueda por Inteligencia Extraterrestre (SETI, según sus siglas en inglés) mediante el proyecto Breakthrough Listen.
La objetivo del Breakthrough Listen es examinar cómo los investigadores SETI piensan sobre los extraterrestres, cómo producen su conocimiento y cómo quizás colocan inadvertidamente postulados antropocéntricos en sus trabajos.
Webb dijo que uno de los obstáculos comienza con los sistemas de Inteligencia Artificial (AI) usados para detectar posibles huellas tecnológicas o biológicas alienígenas, publicó la revista Space.
La mayoría de las investigaciones SETI aceptan algún nivel de proporcionalidad, o la idea de que los seres de otros mundos comprenderán el universo de la misma manera que nosotros, y por ende, que serán capaces de comunicarse con la humanidad.
Un ejemplo de esa «conmensurabilidad tecnológica» es que la idea de que los aliens podrán transmitir mensajes de radio usando los radiotelescopios construidos por humanos. Otro ejemplo es la creencia de que ellos podrán comunicarse usando nuestros conocimientos de ciencias y matemáticas, que los humanos consideramos un lenguaje universal.
Webb se pregunta cómo sabemos que nuestro lenguaje científico es verdaderamente universal y cuán sofisticada es nuestra evolución tecnológica. ¿Se reúnen los extraterrestres en grandes edificios para comunicar sus hallazgos? ¿Qué importancia tienen los rituales humanos en el conocimiento científico producido por los expertos?
El objetivo de la antropóloga es ponerse en los zapatos de una criatura de otro planeta que reciba un mensaje de La Tierra e intente comprender a la humanidad y nuestra manera de relacionarnos. «Si E.T nos estuviera mirando ¿Qué es lo que vería?»; se pregunta Webb.
Jill Tarter, un experimentado científico SETI, le dijo a Webb que -quizás- al mirar hacia arriba en realidad estamos buscando una mejor versión de nosotros mismos. El investigador sugirió que es posible que los mensajes que enviamos al cielo sean los primeros bosquejos de un artefacto que pueda generar energía barata y ayudar a aliviar la pobreza en nuestro planeta.
El sólo hecho de buscar organismos que se asemejen a nosotros podría ser una muestra de «nuestro anhelo por conectividad, que me habla de una especie de soledad y aislamiento postmoderno en el universo».
Aunque su trabajo está en señalar las fallas, Webb cree que los científicos SETI están abiertos a que sus ideas sean criticadas y a aceptar que quizás su enfoque es limitado.
«Algo que repite Jill Tarter es ‘Nos reservamos el derecho de aprender. Ahora hacemos lo que creemos que tiene sentido, pero otro día podremos hacer algo completamente distinto'», explicó.
La misión es llevar a los investigadores SETI a que miren el comportamiento humano. Y que esa nueva comprensión de su humanidad amplíe el tipo de búsqueda en el cosmos.
Habilitar nuevos espacios mentales es una herramienta poderosa para cultivar nuevas maneras de hacer ciencia. Quizás los seres de otro planeta pueden ondas gravitacionales, neutrones o algún otro aspecto de la realidad que nosotros no hemos descubierto para enviar mensajes que no podemos escuchar, opina la antropóloga.
¿Estamos preparados para encontrar lo que buscamos?
Esther Lázaro, investigadora científica en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA), intentó responder en El País a la pregunta de si creía que existía vida extraterrestre.
La astrobióloga reconoció que no podía responder con un «rotundo sí» porque aún no cuentan con una evidencia irrefutable pero cree que hay avances científicos que apoyan la existencia «de otros posibles escenarios para la vida en el universo».
Recordó que el primero de esos avances ocurrió en 1953 cuando el químico Stanley Miller sintetizó varias de las moléculas más simples que componen la materia viva. Años más tarde, otros científicos encontraron esas moléculas en meteoritos, cometas y nubes de polvo interestelar, «lo que sugiere que ni siquiera tendrían que haber sido sintetizadas en nuestro planeta, sino que podrían proceder del espacio exterior. Y, si eso ha pasado aquí, ¿por qué no podría suceder también en otro lugar del universo?».
La esperanza de que existe vida extraterrestre aumentó con el descubrimiento de microorganismos capaces de vivir en circunstancias muy adversas que los humanos considerábamos incompatibles con la vida. «El hallazgo de estos microorganismos nos demuestra que la vida es muy robusta y podría prosperar en planetas con condiciones muy diferentes de las que consideramos óptimas».
Lázaro piensa que hay motivos para creer que la vida podría ser abundante en el universo. Pero al igual que Webb, también considera que el hecho de que ahora sólo conocemos la vida terrestre pudiera limitar nuestra capacidad de comprender otras propiedades en posibles seres de otros mundos.
«A modo de conclusión, mi respuesta es que hay grandes probabilidad de que en el universo puedan existir “otras vidas”. Lo que deberíamos comenzar a plantearnos como seres humanos es si estamos preparados para aceptar que esas vidas podrían ser muy diferentes de la nuestra y, sobre todo, en qué modo estableceríamos nuestra relación con ellas», escribió Lázaro.
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